jueves, 23 de noviembre de 2017

Bosch cuenta la historia PLD (2da entrega de 5)

Historia del PLD

Bosch y Fidel

    Ni Peña Gómez ni ninguno de los miembros del Comité Ejecutivo Nacional del PRD se dieron cuenta de cuál era mi estado de ánimo, y por ignorarlo varios de ellos se quedaron petrificados cuando en la reunión del 14 de noviembre de 1973, al lanzarse Peña Gómez contra mí en lenguaje irrespetuoso y con la mirada cargada de odio respondí sin palabras, poniéndome de pie y saliendo del pequeño salón en que se reunía el Comité Ejecutivo Nacional. Salí de allí y del PRD para siempre, y a los cuatro días de eso hice llegar a los periódicos la noticia de que había renunciado a la presidencia y a la militancia del Partido Revolucionario Dominicano.

    Dos días después de haber hecho pública mi renuncia a la membresía del PRD nos reunimos en la casa de Franklin Almeida doce personas. Allí propuse la formación de un partido que se llamaría de la Liberación Dominicana y que se organizaría en forma diferente al PRD, a partir del establecimiento de Círculos de Estudios. Esa reunión terminó acordando que cada uno de los presentes convocaría a amigos y miembros del PRD que hubieran dado demostraciones de apoyo al propósito de fundar un partido distinto al PRD para que se reunieran en mi casa, la misma en que hoy están las oficinas de la presidencia del PLD; de esa reunión salió el acuerdo de celebrar un congreso de fundación del nuevo partido. Los que se reunieron en mi casa, que no pasaron de treinta personas, acordaron que el Congreso llevaría el nombre de Juan Pablo Duarte y se llevaría a cabo el 15 de diciembre. Al acuerdo se le hizo publicidad y el día señalado unas sesenta y cuatro personas, que en realidad no formaban un congreso porque no eran delegados de nadie, aprobaron la propuesta de dejar fundado el Partido de la Liberación Dominicana y eligieron su primer Comité Central, su presidente —que fui yo— y su secretario general —que fue Antonio Abréu—. El Comité Central tenía veintiún miembros y eligió cinco de ellos para formar el Comité Político.

     En realidad, el Comité Central era tal vez la tercera parte de la totalidad de los miembros del partido, y se reunía en el local que había sido la Casa Nacional del PRD, la misma que catorce años después el PLD compraría a sus dueños pagando por ella 250 mil pesos, pero pesos del año 1987, que tenían un valor dos veces superior al actual.

    Nosotros éramos un grupo pequeño de militantes de un partido que no tenía el menor peso en la sociedad dominicana, (…) que aunque su congreso de fundación se llevó a cabo el 15 de diciembre de 1973, todavía a mediados de marzo del año siguiente el PLD no era un partido sino un proyecto de partido tratado como tal por grupos partidistas tan mínimos como él. Eso que se acaba de decir está documentado en la primera de las publicaciones del PLD, un folleto de 24 páginas del cual se tiraron 5 mil ejemplares que se venderían a razón de 20 centavos cada uno para recaudar fondos con que pagar la impresión de ese folleto y cubrir algunos gastos, como los de agua y luz de la Casa Nacional.

    El folleto aludido se tituló Posición del PLD ante la situación política Nacional, y en él aparecía lo que dije el 2 de abril de ese año, a nombre del Comité Político del partido, en la tercera reunión del Comité Central, o por lo menos de algunas partes de ese resumen, les deja a los lectores una idea clarísima de las razones que justifican el abandono del PRD y la creación del PLD, pero al mismo tiempo en ese resumen quedaron pruebas de que el recién nacido PLD no iba a ser un partido caudillista ni cosa parecida.

    Mi resumen de la tercera reunión del Comité empezó así: “Voy a referirme a lo que dijo el compañero Norge Botello. El compañero Norge Botello dijo que la línea política que hemos estado siguiendo ha sido buena, pero que el Partido no la ha aplicado con métodos correctos; dijo que estamos reproduciendo al PRD dentro del PLD; que no tenemos el tipo de organización que se necesita para aplicar nuestra línea política. Hay algunos compañeros que más o menos han coincidido con el compañero Botello, y a propósito de esas opiniones quiero comenzar esta exposición contando una conversación que tuve anoche en el seno del Comité Político. El Comité Político se reunió anoche para estudiar la agenda de esta reunión y tomar acuerdos sobre lo que íbamos a decir aquí, y entre otras cosas hablamos de la forma en que iban a hacerse públicas las conclusiones a que llegaríamos. Algunos pensaban que yo debería hablar por radio dando esas conclusiones y otros pensaban que el documento que escribiéramos esa noche debería darse inmediatamente a los periódicos, y yo les decía a los compañeros que esos métodos no eran apropiados para nuestro partido.  Mientras estuvimos en el PRD yo le hablaba al pueblo por radio y mucha gente se enteraba de lo que yo decía, probablemente más de un millón de dominicanos oían mis discursos y muchos miles leían esos discursos en los periódicos que los publicaban, pero en realidad yo no le señalaba al pueblo líneas políticas, lo que hacía eran comentarios de tipo político, que es cosa diferente de señalar líneas políticas. Y no señalaba líneas políticas porque no teníamos un partido que pudiera poner en acción esas líneas. Ese partido, el PRD, se quedaba en su casa, satisfecho con lo que yo había dicho, y sus miembros a lo sumo repetían en las calles y en las oficinas lo que yo había dicho, propagaban mis palabras, pero no las convertían en hechos”.

Se necesitaban militantes

    El resumen seguía así: “Aunque nosotros hacíamos esfuerzos para convertirlo en otra cosa, el PRD era un partido populista, uno de esos partidos en los cuales los líderes son dirigidos por el pueblo en vez de ser al revés. Mientras estuvimos en el PRD nosotros no dirigimos al pueblo; al contrario, el pueblo nos dirigía a nosotros. Parecía que nosotros lo dirigíamos y nosotros lo que hacíamos en realidad era decirle al pueblo algunas cosas, pero el pueblo no hacía nada, quienes hacían lo que debía hacerse éramos nosotros”.

    Cuatro o cinco minutos después me adelanté a explicar el método que debía seguir el partido para hacer llegar a las masas sus criterios, el mismo método que se le aplicaría un año y cinco meses y medio después a la distribución del periódico que iba a llamarse Vanguardia del Pueblo, ése que viene aplicándose con excelentes resultados hace catorce años y ocho meses.

    Lo que dije entonces fue lo siguiente: “Por ejemplo, anoche, como les iba diciendo, discutimos lo que iba a hacerse con el documento que saldría de esta reunión, y llegamos a la conclusión de que la manera de comunicarle lo tratado al partido (no al país sino al partido) era a través de un folleto que el partido vendería. La venta del folleto fortalecerá al partido ideológica y orgánicamente; primero, porque los miembros del partido deberán leerlo, estudiarlo, discutirlo entre sí para estar en condiciones de hacerle propaganda entre la gente a quienes irán a vendérselo; y segundo, porque la venta es un trabajo, una actividad que sacará a los miembros del partido de sus casas y los pondrá en contacto con el pueblo y en la medida en que un peledeísta mantenga contacto con 15, con 20, con 25 personas que no sean miembros del partido pero que pueden convertirse en simpatizantes del partido, en personas que compren nuestras publicaciones y las lean y las discutan, en esa medida ese peledeísta  acabará teniendo influencia sobre un círculo de gente; tendrá contacto permanente con ellas, las visitará, y a la hora de movilizar el pueblo podrá sacarlas a las calles, o podrá sacar a una parte de ellas a las calles; es decir, ese peledeísta que comience vendiendo nuestras publicaciones puede y debe acabar siendo un agente del partido ante un grupo determinado de gentes del pueblo a quienes él conocerá, y al mismo tiempo podrá transmitirnos a nosotros lo que esas personas piensen, la forma en que vivan y sus aspiraciones, cosa que nos permitirá conocer bien a qué aspiran, qué desean”.

    A seguidas decía: “...estoy de acuerdo en que debemos cambiar los métodos de trabajo; debemos convertir el PLD en un partido de militantes, militantes que muevan a la gente, que estén siempre en contacto con la gente, que extraigan todos los días de esa gente alguna forma de apoyo al partido, sea un apoyo económico (a través de cosas que valen 10 ó 20 centavos como lo han hecho los compañeros del Comité Intermedio José Martí, de Cristo Rey, según nos explicó hace un rato el compañero Taveras) o sea un apoyo político, de tipo moral. Efectivamente, nosotros tenemos que crear nuevos métodos de trabajo porque tenemos que hacer del PLD un partido diferente del PRD. El PLD tiene que ser un partido de militantes, no de simpatizadores; tiene que ser un partido que haga cosas, no que se conforme con oír opiniones. Necesitamos que el PLD sea una fuerza viva; una fuerza que al mismo tiempo actúe sobre el pueblo y se apoye en el pueblo, y de esa manera le llevará al pueblo nuestros planes y nos traerá a nosotros las inquietudes del pueblo”.

    En realidad, yo no debía decir que teníamos que crear nuevos métodos de trabajo porque en el PRD no se seguía ningún método de trabajo, es más, ni siquiera sabían los líderes del PRD qué significaban esas cuatro palabras. Yo debí haber hablado de métodos de trabajo, que debían crearse para ser aplicados en el PLD dado que fue precisamente la no aplicación de esos métodos en el PRD lo que me llevó a pensar, cuando vivía en París, en la necesidad de crearlos para transformar al PRD en un partido distinto de lo que era.
    La creación y aplicación de métodos de trabajo es una actividad muy importante, de primerísima importancia en todas las organizaciones humanas. Pensando en cómo hacer del PRD un partido distinto de lo que era, sentado en el comedor de la casa que ocupaba en París por gentileza de Héctor Aristy, recordé de súbito que cuando tenía nueve o diez años, estando en misa en la iglesia de mi pueblo me di cuenta de que todos los sacerdotes hacían los mismos gestos, exactamente iguales, cuando se preparaban para dar a los feligreses la comunión y también cuando les ponían en la boca el símbolo del pan, y pensando en cuántos serían los sacerdotes católicos que en todo el mundo harían los mismos movimientos en un mismo día mi imaginación saltó de pronto a la disciplina militar, que era una sola para todos los soldados y oficiales de los países que yo conocía, y me pregunté a mí mismo por qué eso no sucedía en los partidos políticos a pesar de que todos, como todas las organizaciones humanas, tenían o necesitaban tener líderes. El conocimiento de que tanto la Iglesia Católica como los ejércitos tenían siglos de vida me llevó a pensar que los partidos eran relativamente pasajeros porque no aplicaban métodos de trabajo en sus actividades, y de pronto, tal vez una semana, tal vez diez días después me dije a mí mismo que los partidos fascistas de Italia y nazi de Alemania habían creado y aplicado métodos de trabajo que desaparecieron con ellos cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, pero luego, analizando esos dos casos llegué a la conclusión de que los métodos autoritarios que se habían puesto en vigor en Italia y Alemania no podían sobrevivir a los Estados que nos crearon pero los que se formaran y se aplicaran en el PRD serían perdurables porque serían democráticos.

    Curiosamente, el primer método de trabajo que se conoció y se aplicó en el PLD fue creado mientras estábamos en el PRD, y naturalmente no se aplicó en ese partido porque no se creó el método que debía seguirse para convertir un método creado por un miembro del partido en método adoptado por todo el partido. Esto que acabo de decir puede parecerles a muchos lectores una jerigonza (lenguaje complicado y difícil de entender), pero todos los peledeístas saben que no lo es porque el PLD tiene un método de trabajo que se aplica para convertir un método creado por un peledeísta en método puesto en ejecución por todo el partido, eso que en el PLD se explica diciendo que “va de lo particular hacia lo general y de lo general vuelve a lo particular”. El que fue creado y no fue aplicado mientras estábamos en el PRD fue el denominado “unificación de criterios”, que acabó siendo el más aplicado en el PLD, y su inventor, el compañero Manuel Ramón Taveras, le puso ese nombre en el momento mismo en que lo inventaba delante de mí. Se trataba de aplicar un reglamento para estudiar el primer folleto de Estudios Sociales que había escrito yo al comenzar el mes de agosto de 1970, es decir, el que iba a inaugurar los trabajos de los Círculos de Estudios.
 
    La adopción de métodos de trabajo es una necesidad para toda agrupación humana porque lo que identifica entrañablemente a hombres y mujeres es reconocerse como miembros de un mismo conjunto de personas, y ese reconocimiento es producto de la unidad de pensamiento y acción de los que forman el conjunto, lo mismo si se trata de una institución religiosa que de una militar o política. Cuando al cumplir cualquier tarea dos o tres o cien personas la llevan a cabo hablando el mismo lenguaje y ejecutando los mismos movimientos, todas ellas se reconocen como miembros de una misma organización aunque no se hubieran visto en toda su vida.
    Los estatutos de un club o de un partido político determinan cómo debe comportarse cada una de las personas que son partes de esos grupos, pero no señalan la forma que se adoptará para poner en práctica ese comportamiento, y aunque a cierta gente le parecerá escandaloso lo que voy a decir, lo que le da sustento a la disciplina de los miembros de una organización no es el cumplimiento de lo que se declara en sus estatutos; es  la unidad en la manera de hacer o aplicar las actividades que lleva a cabo su organización, y para lograr esa unidad es indispensable crear métodos de trabajo para cada tarea.

    Los políticos dominicanos son tan atrasados como la sociedad en que se han formado y se mueven, su atraso explica que algunos de ellos describan la disciplina de los peledeístas como el resultado de una tiranía brutal que los mantiene aterrorizados; y para darle sostenimiento a esa mentira le llaman caudillo al presidente del PLD, pero caudillo feroz, de esos que se hacen servir en copas de cristal de bacarat la sangre de los que mandan matar. Ninguno de los dirigentes de esos partidos se dan cuenta de que la disciplina consciente, la que está alimentada por la decisión afirmativa de cada miembro de un conjunto de seres humanos, es la que brota de manera natural de la aplicación de métodos de trabajo iguales para todos los que forman la membresía del conjunto humano que los ha adoptado. Por esa razón, la disciplina de los peledeístas es una fuerza sana, positiva, un poder por sí sola, como no se había conocido en la República Dominicana fuera de las comunidades religiosas y de la escuela hostosiana, destruida de mala manera por la dictadura de Trujillo.

    He insistido en el tema de los métodos de trabajo para que el lector se dé cuenta de que a los tres meses y medio de haber sido fundado el PLD no era todavía un partido sino un proyecto de partido que carecía de un plan orgánico sobre el cual formarse y desarrollarse, pero que aun así era ya, por lo menos en intención, diferente del PRD. En el PRD nadie pensó en la necesidad de crear métodos de trabajo elaborados y aplicados para asegurar la unidad de su membresía, y eso, que la vida de ese partido era larga, tan larga que en 1974 cumpliría 35 años. Tampoco había en el PRD conciencia de cuál era la composición social de las masas dominicanas, y había que evitar que esa ignorancia se reprodujera en el PLD; por eso en la larga intervención que fue mi discurso del 2 de abril de 1974 les expliqué a los compañeros que participaron en la tercera reunión del Comité Central del PLD que la población dominicana era mayormente pequeñoburguesa, y que esa enorme abundancia de pequeños burgueses se debía “al escaso desarrollo nacional, porque cuando en un país clasista (y sólo hay países clasistas en el sistema capitalista) no hay desarrollo, suficiente desarrollo, lo que más abunda es la pequeña burguesía, especialmente en sus estratos más bajos...”.

Un partido capaz, organizado, efectivo

    Ese argumento fue ampliado con la explicación siguiente: “La baja pequeña burguesía nuestra, que no tiene oficio, que no tiene destino, que no tiene trabajo, no encuentra qué hacer y se va a Nueva York (porque a Nueva York no van a vivir los capitalistas ni los oligarcas y ni siquiera los proletarios) en busca de medios de vida; esa pequeña burguesía se mete en los partidos porque en ellos encuentra una salida para su vida sin horizontes. Es natural que en un país capitalista de escaso e insuficiente desarrollo capitalista, la política se convierta en un negocio más, un negocio para pequeños burgueses, que son los que montan ventorrillos políticos o pasan a dirigir la mayoría de los partidos”.

     En esa reunión del Comité Central peledeísta varios compañeros se refirieron, condenándola, a mi decisión de salir sin hablar del mitin del 17 de marzo (1974); y me referí diciendo: “El compañero Botello dijo que él creía que si en ese mitin hubiera habido 80 ó 100 mil personas yo no me habría retirado”, y al responderle dije lo siguiente: “En la vida política de un país tan escasamente desarrollado como éste hay momentos en que debe hacerse lo que hice el día 17 de marzo y hasta cosas peores. Sé que hay gente que se ha desalentado con esa actitud mía, pero eso no tiene que preocuparnos más de la cuenta. El desaliento es natural en una sociedad predominantemente pequeñoburguesa como es la nuestra. ¿Qué esperaba de mí ese día la gente que se desalentó porque me fui del mitin sin hablar? Sin duda esperaba que yo le presentara una salida al problema nacional y entre los que estaban allí debía haber varios que necesitaban que le presentaran esa salida porque esa salida iba a ser no sólo la del país sino también, y sobre todo, la de ellos, la de cada uno de ellos; la salida de la situación de angustia y miseria en que se hallan. Esperaban que yo iba a ofrecerles la solución de sus problemas; que yo iba a dar en ese mitin la fórmula mágica que les permitiría vivir mejor. Y resulta que los que esperaban eso de mí son personas políticamente atrasadas. Pequeña burguesía sin horizonte en la vida, que no tiene posibilidad de trabajar porque no van a hacerlo como proletarios y al mismo tiempo les es difícil hacer una profesión en un país donde sólo hay una universidad pública, y en esa universidad pública hay 23 mil estudiantes y ya no queda lugar para otros”.
    Esas palabras fueron rematadas con éstas: “Hablemos con franqueza, compañeros: Esa no es la gente que debe preocuparnos; ésa no es la gente que necesita el PLD. No nos dejemos engañar por la falsa popularidad. Lo que tenemos que hacer es un partido menos popular, pero más efectivo; más capaz, mejor organizado, que tenga mejores métodos de trabajo. Solamente un partido así puede sacar el país de la situación en que está. Si el PRD hubiera sido un partido así habríamos podido hacer muchas cosas, pero el PRD no era ese partido. En el PRD nosotros éramos una minoría, una minoría capaz de ir muy lejos, pero con el riesgo de que el resto del partido nos dejara solos, como podemos verlo hoy con claridad”.

Comienzos de la Conferencia Salvador Allende

Ya estaba a punto de terminar mi discurso y lo hice diciendo que “junto con el fortalecimiento de la organización sobre la base de la educación y de las tareas prácticas de cada día debemos comenzar a aplicar inmediatamente, sin pérdida de tiempo, nuevos métodos de trabajo que conviertan al PLD en poco tiempo (no en cinco años como dijo alguno de los compañeros, sino en poco tiempo, en meses nada más) en un partido realmente militante, que es lo que tiene que ser el PLD; porque si no es con militancia (militancia permanente, de ese tipo de militancia que se ejerce no solamente durante todo el día sino con la cual se sueña en la noche, cuando se está durmiendo),nuestro partido no va a lograr ni en cinco ni en veinte ni en cincuenta años lo que se propone hacer, que es la liberación nacional”.
    Naturalmente, yo exageré cuando dije que el PLD podía quedar convertido en un partido de militantes en poco tiempo, en unos meses, pero lo hice para dejar en la mente de los miembros del Comité Central la preocupación de que todos ellos debían trabajar para convertir rápidamente al partido en lo opuesto de lo que era el PRD.
    Un mes y diez días después de haber celebrado la reunión del Comité Central en la cual se trató lo que se ha dicho en este trabajo se llevó a cabo la conferencia Salvador Allende, convocada para echar las bases de la organización que debía darse el PLD. Esa conferencia debe ser considerada, en la historia del partido, la de su verdadera fundación, porque fue en ella donde los miembros del Comité Central, de los cuales eran parte los que formábamos el Comité Político, establecieron cuáles debían ser las bases políticas y orgánicas del partido; digamos, que en esa conferencia se elaboró lo que en un Estado es la Constitución. La historia de la conferencia Salvador Allende figura en una publicación de 60 páginas de texto nutrido en la cual se recoge el resumen de todo lo que se dijo en ella expuesto por mí pero con mención específica de lo que propusieron los compañeros que participaron en ella, todos los cuales deben ser considerados como los fundadores del PLD. He aquí un ejemplo de lo que estoy diciendo. Diómedes Mercedes hizo una lista de proposiciones entre las cuales estaba la marcada con la letra m en la cual proponía “Que el Departamento de Finanzas sea  responsable de elaborar un plan financiero que a corto plazo permita al Comité Central satisfacer sus necesidades de trabajo y dar a cada dirigente o activista en forma estable lo que justamente necesite para satisfacer sus necesidades de modo tal que pueda ofrecer a la causa todo su tiempo y esfuerzo sin preocupaciones”, y a eso agregaba yo: “...quiero ampliar la proposición del compañero Diómedes diciendo que nosotros debemos fijarnos como meta, e incluso fijar el tiempo en el cual debemos de alcanzar esa meta, el principio siguiente: que a los compañeros del partido que están trabajando constantemente para el partido se les proporcionen medios iguales a los que gana un obrero no calificado en un mes, porque la verdad es que aunque nosotros establecimos salarios para los activistas del PRD a partir del año 1970, y lo fuimos extendiendo poco a poco en número hasta que eso llegó a cubrir las necesidades de 60 compañeros del partido, cuando establecimos por primera vez, digo, un salario para los compañeros que trabajan para el partido, ese salario era demasiado mínimo, era un salario simbólico que les servía para saber que podía comer un plátano y sus hijos podían tomar leche, pero no para sostenerse, y mucho menos les sirve hoy con el encarecimiento de la vida”. Dos meses y veintiún días antes de que se iniciara la Conferencia Salvador Allende, o, para decirlo con lujo de detalles, el 20 de febrero de 1974, hablando por radio, expliqué que el Dr. José Francisco Peña Gómez me había enviado una comisión de líderes del PRD a los que les encomendó la tarea de conseguir que yo me reintegrara a ese partido, y copio letra por letra lo que dije en esa ocasión, que fue lo siguiente: “¿A quién se le podía ocurrir que (los renunciantes, no yo solo) íbamos a volver al PRD después de haber renunciado de él ante el país y después de haber dicho ante la prensa que en ese momento pasábamos a formar otro partido, el Partido de la Liberación Dominicana?” A seguidas expliqué que “eso de enviar una comisión a verme fue un paso absolutamente innecesario de parte de los que nombraron la comisión, un paso dado sólo para cubrir las apariencias ante el pueblo. ¿A quién podía ocurrírsele que yo iba a volver atrás?”    “No podíamos volver atrás ni yo ni los ex miembros de la Comisión Permanente (del PRD) porque el paso que dimos al renunciar del PRD para fundar el PLD no fue improvisado, no se debió a un movimiento irracional, sentimental; fue un paso necesario así como es necesario cambiarle la ropa que se le va quedando chiquita a un muchacho que está creciendo. El PRD se había vuelto para nosotros un traje chiquito; chiquito, no por el número de sus miembros sino por las ideas de sus dirigentes, que eran ideas atrasadas, ideas buenas para lo que era este país en el 1961, cuando mataron a Trujillo, pero que no le sirven hoy (febrero de 1974); que eran ideas apropiadas para el Partido Reformista, para el Dr. Balaguer y sus seguidores, pero no para un partido que crea en la necesidad de luchar por la liberación nacional”.

    A lo dicho seguían explicaciones como ésta: “En el PRD hay varias clases y capas sociales; hay representantes de la burguesía, aunque ésta sea todavía muy débil..., hay trabajadores, aunque no tengan conciencia... de clase; hay campesinos, y hay muchos pequeños burgueses que proceden de todas las capas de la pequeña burguesía. El partido en sí, es decir, la organización perredeísta, está compuesto por diez, doce o quince mil personas, y había un número indeterminado, pero muy alto, de varios cientos de miles de dominicanos, que simpatizaban con el PRD, pero no eran miembros del PRD. Esa masa está compuesta por gente de todas las clases y capas, pero sobre todo por las capas que juntas forman eso que llamamos pueblo, el pueblo. Nadie debe engañarse a la hora de pensar políticamente sobre la posición de esa gran masa, pues ella misma, que se decía simpatizante del PRD, no sabía ni tal vez sepa todavía que lo mismo que simpatizaba con el PRD puede simpatizar con cualquier otro partido...”
Seguía yo diciendo:  “Cuando el Dr. Peña Gómez habla de la militancia del PRD se refiere a esa masa porque él cree que los simpatizantes de un partido son militantes, y no es así; los militantes de un partido... son los que le dedican todo su tiempo, los que viven trabajando para ese partido; y la masa no hace eso, la masa no milita. La masa simpatiza y demuestra su simpatía yendo a un mitin o vota por el partido de sus simpatías...”.

Líder, doctrina y organización

    A esas palabras agregué las siguientes: “...en vez de dirigir a la masa, el partido que quiera tener a la masa de parte suya deberá conformarse con ser dirigido por la masa, o lo que es lo mismo, tendrá que hacer siempre lo que le gusta a la masa”, y poco después agregaba: “...lo que sucede en realidad en relación con los partidos y la masa de un país como el nuestro, o como cualquiera de los países que se parecen al nuestro, es que la masa dirige al partido y no éste a la masa, aunque los líderes como el doctor Peña Gómez crean lo contrario. Así pues, el partido tiene que actuar según le conviene a la masa, y en la masa hay una gran parte que espera recibir, no dar; una parte que sólo da en los momentos críticos de la historia, como en una revolución, pero que fuera de esos grandes momentos críticos no actúa o actúa si no le cuesta muchos sacrificios”. Menos de tres meses después de haber dicho eso, al hacer el resumen de los diferentes temas tratados en la Conferencia Salvador Allende, tuve que referirme al papel que juega la ideología en un partido político, y lo hice diciendo: “Nuestro compañero Amiro (Cordero) dijo que la ideología de los hombres es la que digan sus actividades diarias, y efectivamente es así. El hombre vive tal como piensa, y para juzgar esto de una manera correcta no debemos referirnos al hombre aislado y mucho menos aislado en esta sociedad tan compleja, porque en esta sociedad nuestra hay una cantidad grande de restos de las demás sociedades, de las sociedades que ha habido, de formaciones ocultas que son como piedras en los riñones de la sociedad actual, y muy especialmente de la sociedad dominicana; sino que tenemos que ver esto, es decir, la legitimidad de estas declaraciones refiriéndonos a sociedades conocidas. ¿Cuál era la ideología del hombre en el Medioevo...? ¿Cómo se manifestaba esa ideología? Se manifestaba por lo religioso. No había posición política; había posiciones religiosas.

    Todo el mundo en el Medioevo creía en Dios y creía en las Tres Divinas Personas... En el Medioevo la ideología era la religión y nadie escapaba a eso, absolutamente nadie... la existencia de la religión como sustancia ideológica se prolongó aun en el terreno histórico de la burguesía, en los primeros 300 años de gobiernos de la burguesía. La revolución holandesa, que es la primera revolución que hace la burguesía contra el sistema feudal, es una revolución que se hace a nombre del protestantismo contra el catolicismo español. España, como ustedes recuerdan, gobernaba en Flandes, es decir, en lo que hoy son Holanda y Bélgica. La revolución inglesa, que es la segunda revolución burguesa (la holandesa se hizo en el siglo XVI, la revolución inglesa se hace en el siglo XVII, se hace de 1640 a 1680) se hace también sobre la base ideológica de lo religioso. En los dos casos quien hacía la revolución... es la burguesía comercial aliada a la manufacturera y a los terratenientes y apoyada por los trabajadores y los campesinos”.

    Del análisis de la ideología que debe tener un partido político pasé a decir: “...Es muy importante que se sepa, compañeros, que no puede haber partido en ningún país sin un líder nacional que imponga respeto; eso es una ley de la actividad política; así como no puede haber partido, realmente partido, sin una doctrina, sin ideología y sin organización. Esas tres condiciones son absolutamente indispensables para que haya un partido verdadero: líder nacional, doctrina y organización”.

Continuara


Bosch cuenta la historia PLD (Ira.parte)


Historia del PLD




(...) Empecé a elaborar el plan de reformas del PRD que no pudieron ponerse en vigor en el PRD pero se pondrían en vigor en el PLD.


Voy a explicar lo que acabo de decir. Lo que expusieron los comisionados, con la excepción de Miguel Soto, me impresionó negativamente a tal punto que me dejó convencido de que el pueblo dominicano no podía esperar del PRD nada bueno porque sus dirigentes ignoraban totalmente los problemas del país y ninguno de ellos tenía interés en conocerlos. El trabajo de reorganización del partido que había hecho yo, con la ayuda de Gautreaux y García Guzmán, no había sido aplicado sino en sus aspectos superficiales, como el de denominar con las letras del alfabeto los comités perredeístas. 


Para los líderes del PRD la política se había reducido a actividades de tipo personal, llevadas a cabo a niveles de amigos o enemigos. Mis conclusiones eran realmente negativas y deprimentes, pero yo no podía darme por vencido; no podía abandonar a las masas del pueblo renunciando al partido que me había hecho su líder y me había llevado a la presidencia de la República, y al fin tomé la decisión de luchar para convertir el PRD en una organización viva, creadora, consciente de que tenía un compromiso con los fundadores de la República: el de convertir en hechos lo que ellos soñaron cuando organizaron La Trinitaria. Mi estado de ánimo era indescriptible porque sabía que tenía que tomar decisiones muy serias, pero ignoraba cómo tenía que actuar, qué planes elaborar, qué líneas seguir.


Una desorganización política


En ese estado de ánimo, nos fuimos Carmen y yo a París y allí nos alojamos en la casa que ocupaba Héctor Aristy, y fue en esa casa donde empecé a concebir las reformas que debían hacérsele al PRD. Lo primero que pensé fue en la formación de círculos de estudio que se encargarían de enseñarles a los miembros de los comités de base, empezando por los de la Capital, qué era la actividad política, cómo debía ser llevada a cabo y con qué métodos debía ser aplicada en cada caso, esto es, cuando se trataba de gente del pueblo analfabeta o de profesionales y estudiantes universitarios. Yo ignoraba que Lenín había formado círculos de estudio en Rusia en los primeros años del siglo XX, de manera que la idea de crear unos cuantos en la República Dominicana fue una idea mía; pero no me quedé en eso. En primer lugar, los círculos de estudio del PRD tendrían como material de estudio folletos que escribiría yo, y fundamentalmente esos folletos serían de temas históricos, en cierto sentido, una adaptación de lo que había dicho en Composición social dominicana pero presentada en pocas páginas y además pequeñas. El primer círculo sería organizado con una parte de los miembros del Comité Ejecutivo Nacional, que era el organismo más alto del partido, y pensaba que con una parte nada más porque sabía que entre ellos los había que carecían de la base cultural indispensable para leer y asimilar el material que iba yo a escribir. 


Yo había vuelto al país el 17 de abril de 1970 y el folleto número uno fue escrito el 2 de agosto de ese año; el 10 de ese mes escribí el número dos, el número tres fue escrito en septiembre y el cuarto en octubre; el número nueve lo fue un año después. Los folletos se vendían sin beneficio para el partido ni, naturalmente, para su autor, pero los círculos de estudios no se formaban, excepto en el caso de los cuatro o cinco que organicé yo mismo. La dirección del PRD no se daba cuenta de la importancia que tenía, para un partido político, formar intelectual e ideológicamente a sus miembros. La creación de métodos de trabajo, que debía ser una tarea de los círculos de estudios, no se llevaba a cabo, salvo en el caso del denominado unificación de criterios que ha sido tan fecundo en el PLD.


El PRD que encontré a mi vuelta al país era, en vez de una organización política, una desorganización política y social. La Casa Nacional, local de la dirección partidista, estaba prácticamente en ruinas; en la parte baja de una construcción de dos plantas que había en el patio, unos vivos pusieron un expendio de mercancías de mesa, y en la parte alta vivía, con toda su familia, el secretario de asuntos campesinos del Comité Ejecutivo 


Nacional; por lo demás, en la parte principal vivían y dormían hombres y mujeres; si llovía, el agua caía en el piso como caía en el patio o en la calle. Para reparar el edificio les pedí a mis hermanos que vendieran una de las propiedades que nos habían dejado en herencia nuestros padres y de la parte que me tocaba yo quería sólo 2 mil pesos —entonces el peso equivalía al dólar estadounidense—, cantidad que usé en reparar la Casa Nacional, de la cual ordené sacar, cargado, al secretario de Organización del Comité Ejecutivo Nacional porque compartía su puesto en la alta dirección del PRD con la dirección del PACOREDO (Partido Comunista de la República Dominicana) y lo hacía con un desparpajo increíble. 


De la oficina secreta a la revista Política 


A Domingo Mariotti, que salía de España hacia Santo Domingo, le pedí que me trajera cien ejemplares del libro De Cristóbal Colón a Fidel Castro, el Caribe, frontera imperial, para venderlos a quienes pudieran pagar por cada uno de 50 a 100 pesos porque el partido no había organizado una recaudación de fondos que le permitiera pagar la renta del local, la luz eléctrica, el teléfono y un salario para las dos mecanógrafas que echaban allí sus días y a menudo también los sábados y los domingos, y mucho menos se le cubrían sus necesidades a la persona que actuaba como director de la Casa Nacional. Los libros se vendieron, pero del dinero que me enviaron los compradores llegaron a mis manos sólo 250 pesos. El desorden era de tal naturaleza que para agenciar fondos con que atender a las necesidades de la dirección del partido monté una oficina secreta, que establecí, bajo la dirección de Nazim Hued, en el último piso del edificio de la calle del Conde donde estaba la Ferretería Morey y ahora está la Ferretería Cuesta. En el montaje de esa oficina se trabajó con tanta sutileza que ningún dirigente del PRD se enteró de ello, ni siquiera los que yo sabía que eran honestos porque alguno podía contarle a otro que no tuviera esa condición que en el tercer piso del edificio ocupado por la Ferretería Morey estaba funcionando un local del partido dedicado a la recaudación de fondos, y nadie sabía lo que podía pasar si esa noticia caía en oídos de gente como ciertos perredeístas de cuyos nombres no quiero acordarme. 


Para crear la afluencia de fondos, aunque fueran reducidos pero seguros, organicé con algunos amigos, entre ellos médicos respetados, reuniones semanales en las que participaban posibles cotizantes, la mayoría de los cuales aceptó comprometerse a dar una cuota mensual para el PRD, y de los miembros de fila del partido dos fueron escogidos para llenar las funciones de cobradores, y uno de esos dos sustrajo 800 pesos —que insisto, equivalían a dólares— que cobró de los cotizantes pero no llevó a la oficina secreta que dirigía Nazim Hued. Empeñado en producir al mismo tiempo educación y fondos para el partido ordené la publicación de un libro mío, escrito en 1959 en Venezuela, donde tuvo dos ediciones: Trujillo: causas de una tiranía sin ejemplo, y la publicación de la revista Política: Teoría y Acción, Organo Teórico del Partido Revolucionario Dominicano, cuyo primer número correspondió a mayo de 1972. De esa revista se publicaron doce números, todos ellos no sólo dirigidos sino hechos por mí a tal extremo que lo que se publicaba en sus páginas sin firma era obra mía, y los artículos traducidos del inglés y del francés también eran obra mía porque yo tenía que hacer el papel de mecanógrafo, de traductor, de director, de corrector de originales y composición debido a que en el PRD, salvo algún que otro artículo de Franklin Almeida, Arnulfo Soto, Amiro Cordero Saleta, Máximo López Molina y uno de José Francisco Peña Gómez, que ya era doctor y lo firmó con ese título, nadie se ofreció a colaborar para mantener en circulación la revista. Hasta la sección titulada “Teoría y acción en el ejemplo histórico”, que apareció en diez de los doce ejemplares de la revista que se publicaron, tuve que escribirla yo, así como la contraportada de las carátulas de los doce ejemplares. 


Esa revista demandaba trabajo, porque era de cien páginas, pero ningún dirigente perredeísta se ofreció a escribir para ella. Es más, Peña Gómez hizo su único artículo a petición mía. 


Peña Gómez había vuelto al país, desde Nueva York, tras una larga estancia en Francia y luego en Estados Unidos. Creo recordar que su regreso tuvo lugar el 2 de noviembre de 1972, y a poco de llegar anunció en Puerto Plata que pronto iban a sonar en la capital de la República los estampidos de las metralletas. Eso sucedía en los primeros días de enero de 1973, y en febrero llegaba al país Francisco Alberto Caamaño. El día de su llegada se supo en Santo Domingo, por transmisión de rumores, no porque Caamaño se lo hiciera saber a alguien. 


Ese día era lunes y para analizar el cúmulo de rumores que se movía con la rapidez y el secreto de los ríos subterráneos nos reunimos en la casa de Jacobo Majluta varios miembros de la dirección del PRD, entre ellos Peña Gómez, que desapareció de la sala después que él y Majluta se separaron del grupo para ir a esconder sendos revólveres que habían estado exhibiendo de manera ostentosa seguramente con la intención de impresionar a los que estábamos reunidos con ellos haciéndose pasar por hombres dispuestos a morir combatiendo como leones si se aparecían por allí agentes de la fuerza pública. Cuando se nos dijo que la policía estaba registrando la casa vecina, yo, y conmigo dos personas más, pasamos a la casa que se hallaba en dirección opuesta a la que estaba siendo registrada, y en la que entramos había buscado refugio Peña Gómez, que salió de esa casa, a poco de llegar nosotros, y fue a refugiarse a varias cuadras de distancia. A partir de ese momento, Peña Gómez, secretario general del PRD, y yo, presidente del mismo partido, el único presidente que había tenido esa organización política, mantuvimos alguna relación, muy débil y al mismo tiempo muy desagradable debido a que él se sentía respaldado por una fuerza superior, un poder extrapartido que lo llevó a proclamar que él era un astro con luz propia, palabras arrogantes con las cuales se situaba en un mundo aparte, ocupando un trono que lo colocaba por encima de los estatutos y por tanto de las autoridades legítimas del PRD. 


No había que ser un lince para darse cuenta de que las arrogancias de Peña Gómez estaban dirigidas a mí, y ni él ni ninguno de los miembros del Comité Ejecutivo Nacional del partido se daban cuenta de que yo sabía ya que el PRD había dejado de ser lo que diez años atrás creí que podía ser. La posibilidad de ir al poder con el PRD de 1973 era algo que me preocupaba seriamente. ¿Cómo podía yo exponerme a ser candidato presidencial perredeísta para las elecciones de 1974? ¿Qué podía sucederme si era elegido presidente de la República? ¿Con quiénes iba a gobernar si en el PRD no llegaban a cien los hombres y las mujeres que tuvieran desarrollo político, conocimiento de los problemas del país y que además fueran incapaces de usar los cargos públicos en provecho propio? 


Ni Peña Gómez ni ninguno de los miembros del Comité Ejecutivo Nacional del PRD se dieron cuenta de cuál era mi estado de ánimo, y por ignorarlo varios de ellos se quedaron petrificados cuando en la reunión del 14 de noviembre de 1973, al lanzarse Peña Gómez contra mí en lenguaje irrespetuoso y con la mirada cargada de odio respondí sin palabras, poniéndome de pie y saliendo del pequeño salón en que se reunía el Comité Ejecutivo Nacional, que formaba parte de la construcción de la que yo había sacado al secretario de Asuntos Campesinos del partido y a su familia. Salí de allí y del PRD para siempre, y a los cuatro días de eso hice llegar a los periódicos la noticia de que había renunciado a la presidencia y a la militancia del Partido Revolucionario Dominicano. 


Dos días después de haber hecho pública mi renuncia a la membresía del PRD nos reunimos en la casa de Franklin Almeida doce personas. Allí propuse la formación de un partido que se llamaría de la Liberación Dominicana y que se organizaría en forma diferente al PRD, a partir del establecimiento de Círculos de Estudios. Esa reunión terminó acordando que cada uno de los presentes convocaría a amigos y miembros del PRD que hubieran dado demostraciones de apoyo al propósito de fundar un partido distinto al PRD para que se reunieran en mi casa, la misma en que hoy están las oficinas de la presidencia del PLD; de esa reunión salió el acuerdo de celebrar un congreso de fundación del nuevo partido. Los que se reunieron en mi casa, que no pasaron de treinta personas, acordaron que el Congreso llevaría el nombre de Juan Pablo Duarte y se llevaría a cabo el 15 de diciembre. Al acuerdo se le hizo publicidad y el día señalado unas sesenta y cuatro personas, que en realidad no formaban un congreso porque no eran delegados de nadie, aprobaron la propuesta de dejar fundado el Partido de la Liberación Dominicana y eligieron su primer Comité Central, su presidente —que fui yo— y su secretario general —que fue Antonio Abréu—. El Comité Central tenía veintiún miembros y eligió cinco de ellos para formar el Comité Político. 


En realidad, el Comité Central era tal vez la tercera parte de la totalidad de los miembros del partido, y se reunía en el local que había sido la Casa Nacional del PRD, la misma que catorce años después el PLD compraría a sus dueños pagando por ella 250 mil pesos, pero pesos del año 1987, que tenían un valor dos veces superior al actual. 


Nosotros éramos un grupo pequeño de militantes de un partido que no tenía el menor peso en la sociedad dominicana, (…)


(…) que aunque su congreso de fundación se llevó a cabo el 15 de diciembre de 1973, todavía a mediados de marzo del año siguiente el PLD no era un partido sino un proyecto de partido tratado como tal por grupos partidistas tan mínimos como él. Eso que se acaba de decir está documentado en la primera de las publicaciones del PLD, un folleto de 24 páginas del cual se tiraron 5 mil ejemplares que se venderían a razón de 20 centavos cada uno para recaudar fondos con que pagar la impresión de ese folleto y cubrir algunos gastos, como los de agua y luz de la Casa Nacional. 
(Continuara)


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